martes, 15 de mayo de 2018

¡Ser profesor es lo mejor que me ha pasado!


Así comenzó todo

Hay vocaciones que se traen de nacimiento y otras que se adquieren con el paso del tiempo. Lo primer suerte fue como me sucedió a mí, desde pequeño fue mi deseo ser profesor. De mis grandes recuerdos de mi madre fue verla enseñando a un grupo de niños en Irapuato, quienes cuidaban vacas y se acercaron un día a pedir un poco de agua. Mi madre les hizo la plática y en así fue como se enteró de que no asistían a la escuela, por lo tanto ninguno sabía leer ni escribir y mucho menos sumar ni restar. Entonces mi madre los citó a partir del día siguiente. Tomó una lámina verde que convenientemente estaba por ahí, la usó de pizarrón. Compró gises y cuadernos, a pesar de que la economía no era la mejor, ella se dispuso a ayudar a aquellos niños de entre 8 y 15 años, a enseñarles algo que, seguramente, cambiaría sus vidas. Yo, que en ese entonces tenía 11 años, me hice cargo de enseñarles lo que hasta ese momento sabía sobre matemáticas. Fue entonces cuando mi corazón y mi mente supieron que yo quería ser profesor.


Mi primer día de clases como profesor.

¿Cómo olvidarlo? Me temblaban las piernas, mientras más me acercaba a la universidad en Puebla donde daría clases, más nervioso me ponía. Recordaba como comenzaban mis profesores el primer día de clases, para seguir su ejemplo. Pasaron por mi mente tantas caras y frases de aquellos quienes habían ayudado a labrar mi futuro.
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Respiré profundo antes de llegar al salón.

Ensayé mi mejor sonrisa,

¿O mejor debería verme serio?

Eran chicos de último semestre de universidad.

Había una batalla en mí interior.


Pasé el resquicio de la puerta de aula y en ese momento, todo cambió. Estaba en mi lugar favorito. No sé si mis alumnos se dieron cuenta de mis nervios o me comporté como el mejor actor, pero estaba ahí, frente a un gran grupo de futuros comunicólogos intentando enseñar algo, en ese entonces la experiencia era poca pero mis sueños muchos. Deseo haber influido para bien en ellos.

De ahí comenzó todo, más escuelas, mis alumnos se volvieron mis amigos, el aula mi espacio y el impartir clases la forma de compartir con mis amigos la fuerza y seguridad de que pueden ser lo que deseen ser, de que pueden ser los mejores y de que se pueden vivir los sueños.

Para mi ser profesor es un sueño que vivo cada vez que entro en un salón y comienza la clase; y aun ahora, me sigo poniendo nervioso ante un nuevo grupo, pero siempre me motiva la idea de que ahí descubriré a nuevos amigos.   

Gracias maestros de mi vida, siempre tendré en mi mente sus nombres, sus enseñanzas y sus regaños. Hoy sé que todo lo hicieron por amor a su vocación. Seguiremos luchando por enaltecer esta hermosa profesión.



Por Aarón Ruiz Robles



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